domingo, 2 de noviembre de 2008

El genio solitario


Al tirador clásico le gusta reclamar el balón con premura, exigir un bloqueo y armar el brazo. Así le gustaba a Drazen Petrovic, cuya carrera en la NBA estuvo llena de dificultades en sus inicios. La falta de minutos condujo al genio de Sibenik a una desesperación que casi le hizo abandonar su aventura americana. Curiosamente en el mismo equipo que ahora ve con lupa los progresos de Sergio Rodríguez y sobre todo, de Rudy Fernández . Adelman nunca confió en Petrovic, la misma premisa que cumple McMillan con Sergio. Sin embargo, Rudy se está convirtiendo en un falso sexto hombre en los Blazers. Pide el balón, exige el bloqueo y arma el brazo. Tiene experiencia en el viejo continente y ha gastado mucha suela de zapatilla en canchas de Barcelona, Madrid, Sevilla, Estambul, Belgrado o Atenas. Eso se nota, y mucho. No es muy común que un novato extranjero juegue más de 30 minutos en sus primeros choques, pero éste es un caso especial. Esperan mucho de Rudy, y en el departamento de márketing de la franquicia de Oregón se trabaja para incorporarlo como emblema junto con Roy, Oden y Aldridge. Quizá se esté aprendiendo de errores pasados. Es un equipo diseñado para llegar a la élite en dos años, dependiendo del impacto de Greg Oden, que tiene que recuperarse bien de su nueva lesión y perder no menos de cinco kilos. En Portland se tiene que lidiar con una previsible lucha de egos entre sus jóvenes figuras y en los despachos se debe conseguir un base de verdad, que sepa manejar el equipo. Sergio podría ocupar ese lugar, pero necesita confianza y minutos. Steve Blake es bueno, pero como suplente. Se coloca con corrección, reparte con eficacia y su tiro exterior es más que aceptable, pero carece de ese plus necesario para hacer de su equipo un contendiente real. McMillan prueba constantemente hasta probarse a sí mismo. Prueba con Roy subiendo el balón, con Sergio, con Blake e incluso Rudy es aspirante a ser el repartidor de juego. Mientras tanto, McMillan seguirá probando. De entrada, el escolta español se ha ganado su tiempo en cancha a base de sus canastas y sobre todo, por los intangibles del juego. Roba el balón, defiende y rebotea. Si Petrovic hubiera trabajado esos aspectos, quizá no hubiese tenido que esperar a desembarcar en New Jersey para que se corease su nombre en la grada. Pero él era un genio, y de ésos hay pocos.

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